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Me pregunto, ¿existe en todo el mundo una labor más compleja que la del pastor contemporáneo? Seguramente que las hay, pero aun así creo que el papel de un pastor evangélico, especialmente en ciertos contextos, llega a competir con las profesiones más exigentes. Aquello, le exige  luchar e intentar cumplir con las autoexigencias de sí mismo y que los demás esperan. Frente a esa realidad, ocurre que fácilmente su energía y atención se dispersan, desviándose para concentrarse en esa multitud de expectativas que de él se levantan. Muchas veces, definitivamente, aquello distrae el real enfoque de su ministerio. Puede ocurrir, en todo esto, que el papel central de su llamado llegue a oscurecerse fácilmente. Entonces, ¿cuál es su tarea fundamental?

Vayamos a la Escritura. En la parte final del evangelio de Juan, se indica la razón por la que escribió: “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”(Juan 20:31). “Para que creáis”. Desde estas expresiones juaninas, concluyo cual es el papel supremo y esencial del ministerio pastoral: Comunicar, vivir, servir de tal manera que despierte una fe genuina en Jesús mismo y traiga vida a través de ese nombre.

Al formular esta declaración, el apóstol Juan, tenía en mente todo lo que ha escrito en su evangelio. Pero es fascinante notar que la declaración sigue directamente a la historia de Tomás, en medio de las dificultades específicas que él tuvo, para creer algo de lo que no tenía evidencia física. “Él les respondió: Si no veo en sus manos las marcas de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25). Podríamos decir que Tomás tenía buenas razones para no creer. Todo lo que le había sucedido y todo lo que no le había sucedido se unieron para asaltar una confianza que antes era fuerte. Habían ocurrido acontecimientos decisivos, que parecían desmentir todo aquello en lo que él se había comprometido. Una lectura superficial revela a un Tomás que no solo era escéptico, también era cínico y estaba desilusionado. Sobre todo, estaba enojado y destrozado internamente. Percibo que quería creer, pero en general no podía y, por lo tanto, no quería. Visto así, en muchos sentidos, Tomás es un arquetipo de la humanidad del siglo XXI.

El discípulo Tomás atravesó otra semana de angustia (versículo 26), pero  luego recibió un regalo fabuloso. Fue el don de la fe, el don de una confianza transformadora, que llegó a él en tiempos de dudas. Tal vez porque parecía que no tenía mucho más que hacer, Tomás seguía vinculado a sus compañeros ministros. Pero, aparentemente, sus preguntas habían continuado, en ello se logra vislumbrar la inmensa lucha que había dentro de él.

Estando las puertas cerradas, Jesús llegó hasta Tomás y los demás. El mismo Jesús “se puso en medio de ellos”, los saludó y luego se volvió directamente hacia Tomás. Le dijo: “Pon tu dedo aquí”. Añadiendo, “mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado; no dudes y cree” (versículo 27). Esta es la mayor invitación que un ser humano podría recibir. Con aquello, está implícita la convocatoria para que Tomás vea por sí mismo. Para que “vea” a pesar de su cínica obstinación y desconfiado ultimátum. Jesús le pidió que pusiera su dedo y mano, para “ver”, para “dejar de dudar y creer”. Para nosotros, sigue activa la invitación de Jesús, de hacer exactamente lo que pidió a Tomás, antes de poder creer lo más importante que un ser humano podría creer.

Se señalan, al menos tres milagros convincentes, para Tomás. 

  • El primero y más obvio es que Jesús estaba vivo. 
  • Otro es que Jesús entró en la habitación a través de puertas cerradas. 
  • El tercero no es tan obvio. Es que Jesús había oído y sentido el peso del desconcierto, la tristeza y el cinismo de Tomás, cuando una semana antes él había establecido sus condiciones de fe llenas de dudas. 

Aunque Jesús, no había estado presente, en el momento que Tomás habló, Él sabía todo acerca de esos sentimientos. Se dirigió a Tomás de la manera más efectiva, con tal de llevar a este hombre a la fe. Es uno de esos momentos divinos, de revelación personal, cuando se pueden romper las incrustaciones de incertidumbre y cinismo, que son una parte tan importante de nuestra generación.

Después de ese momento, ocurre otro milagro. Cuando Tomás hace lo que Jesús le invita, un gran grito de reconocimiento y de fe se escucha claramente: “¡Señor mío y Dios mío!” (versículo 28).

Mediante este ejemplo, es fundamental que la tarea pastoral persista en  llevar a nuestros semejantes y congregación, a este tipo de reconocimiento, esto es el corazón de la misión ministerial. Debe ser la búsqueda primordial, la razón fundamental de nuestro ser: Ofrecer, lo mejor que podamos por la gracia de Dios, revelando oportunidades como ésta. ¡Simplemente, llevar a los seres humanos a tocar las manos de Jesús!

Toda la tarea fundamental del ministro cristiano, descansa en la verdad: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). ¡Esto es lo que proclamamos y vivimos!

Jesús extiende sus manos heridas para que el mundo las vea, para que quienes quieran, puedan poner sus dedos escrutadores en esas heridas, para ver y sentir la realidad de Su sufrimiento, llegar a la fe y tener vida por medio de Su nombre. Aquella es la tarea y el privilegio esencial del ministro de Cristo, por así decirlo, es hacer que los dedos de los seres humanos, lleguen a la mano extendida y crucificada del Cristo viviente. Es conducirlos a las heridas de un Señor resucitado, para que puedan ver por sí mismos y creer.

Bendiciones a cada uno de los pastores, con dedicación especial a los de la Iglesia Alianza Cristiana y Misionera, que están siguiendo las huellas del Pastor por excelencia: Jesucristo, el Cristo resucitado.